miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ancestros Indígenas





Desde la época de escuela secundaria me he preguntado a menudo sobre mis antepasados indígenas (1). Me refiero a esos, los últimos en resistir la ladinización; no los genéticamente “naturales” pero culturalmente ya absorbidos, hablo de los realmente “indios”. ¿Cuándo vivieron? ¿En dónde? ¿A qué se dedicaban? La memoria involuntaria en Honduras es dura, dos siglos de monotonía y paz violenta desfiguran cualquier recuerdo y, añadido a esto, las luchas cotidianas y personales terminan cubriendo de polvo cualquier detalle sobreviviente. Pero la memoria también puede tener sentido del humor y devolver sus restos de las maneras más peregrinas.

El año pasado mi padre me pidió que lo acompañase a uno de los pueblos donde vivió parte de su infancia, Sabanagrande, Francisco Morazán; al sur de la capital. Una de esas visitas que para mí serían de rigor, pero que para mi padre todavía significan lazos afectivos, a pesar de no vivir con su familia desde los dieciséis años (ahora tiene cincuenta y siete). El pueblo ya lo conocen la mayoría de Uds.: calles estrechas y empedradas, iglesia frente al parque, expendios, billares y una pequeña biblioteca. Una multitud de personas que me llamaban “primo” o “sobrino” y a quiénes no conocía o recordaba en absoluto. De entre la multitud me llamó la atención una “matriarca”, una ancianita, tía política de mi padre, viuda, y persona cercana a mi bisabuela, o sea su difunta suegra. Un poco embrollado, pero espero hacerme entender. La señora, al ver a la “familia” reunida, no paraba de ironizar sobre el aspecto de sus miembros: unos lo que se dice “cheles”, otros en un limbo indiferenciado y nosotros de “connotaciones” más “autóctonas”. Cuando la señora paró de reír comentó, Uds. Son así porque tu abuelo (dirigiéndose a mi padre) era bien chele y tu abuela trigueñita, es que tu abuela me contaba que la abuela de ella y su mamá eran del rumbo de Armenia (siempre sureste de Fco. Morazán) y hablaban una lengua…

El acto reflejo, después de la sorpresa, fue interrumpirla y preguntar por detalles, ¿una lengua? ¿Quiénes? ¿Cómo se llamaban? No me supo dar más detalles, pero otras personas mayores, vecinos de toda la vida, confirmaron lo dicho por la señora: la abuela de la abuela de mi padre, es decir, la abuela de mi bisabuela, o lo que viene a ser lo mismo, la mamá de mi tatarabuela, hablaba “una lengua “. ¿Cuál lengua? No pedirles peras al olmo, por el lugar, sureste de Fco. Morazán, asumo que era lenca, las fechas también confirman la suposición. Mi bisabuela, según mi padre, nació en 1897, la abuela de mi bisabuela bien pudo haber nacido en algún momento a mediados del siglo XIX. Por esas fechas la decadencia del lenca era más que evidente. Los llamados “pueblos de indios”, el apartheid de la corona española, a pesar de todo, habían conservado intactos ciertos aspectos de la vida indígena, incluyendo la lengua. En ellos solamente podían residir indios y el cura o doctrinero de turno, la influencia hispana quedaba relativamente vedada. Con las tristemente célebres leyes de Carlos III comenzó la decadencia de muchas lenguas indígenas y el lenca no fue la excepción. La época independiente aceleró la difusión del español y la abolición de los “pueblos de indios” trajo como consecuencia la ladinización de estos pueblos y la movilidad de los hombres de la comunidad como peones de fincas de criollos y mestizos. Poco a poco fueron dándole primacía al español sobre su lengua materna. Ésta se conservó en el ámbito íntimo, familiar, donde la mujer llevaba las riendas. Es por eso que usualmente los últimos hablantes de una lengua son mujeres. El caso de mi antepasada viene a confirmar esta tendencia.

En otros países la desaparición de las lenguas y culturas indígenas fue política de estado. Las nuevas repúblicas, inspiradas en las blancas naciones europeas, no podían ser repúblicas con “indios” y algunos aventuran que la creación del concepto “mestizo”, como ciudadano libre, es fruto de estas visiones. No podían ser “indios” y no se miraban como “criollos”, no se les podía permitir que se llamasen a sí mismos indios y se les dijo que eran mestizos. Enseñarles la vergüenza de su idioma fue el primer paso. Atanasio Herranz menciona como muchos de sus informantes de palabras lencas, solían decirle que de niños se les incitaba a no hablar lenca bajo la advertencia “no hable así que van a decir que Ud. es indio” (2). El idioma se perdió a principios del siglo XX, usualmente se asocia su desaparición a la zona alrededor de Guajiquiro, La Paz. Si mi antepasada hablaba lenca, habría que incluir otras zonas donde habitaron últimos hablantes. Es conocido que Francisco Morazán llevaba indios entre sus tropas y cerca del lugar, Sabanagrande, libró su famosa Batalla de la Trinidad. No sería fantasioso pensar que algún antepasado mío anduvo en esas revueltas.

La sangre siempre llama y hace tres años conocí a una persona que sabía palabras y frases en lenca. No tuve que hacer un viaje interminable a zonas remotas del país, ni acciones de antropología detectivesca. Sucedió de la manera más prosaica que puedan imaginar: una señora entró a mi negocio, entonces ubicado en el Mercado Zonal Belén, acompañada de dos de sus hijas. La vestimenta y las facciones de la señora no dejaban duda de su origen (3). Le pregunté de donde era, resultó ser originaria de Guajiquiro, La Paz, pero residente en la aldea de El Lolo, en las afueras de Tegucigalpa. Se dedicaba, o dedica, asumo que sigue viva, a la venta de mora en el mercado Belén y a la compra de baratijas para revender en Guajiquiro durante el mercado dominical. Con un poco de reticencia al principio, y extrañeza por mis preguntas, accedió a hablar de la ceremonia de la compostura; luego, con más confianza, mencionó otras ceremonias de las que yo nunca había leído o presenciado y para terminar me dio el privilegio de escuchar palabras y frases de una lengua que tiene cien años de haber desaparecido. Días después le pregunté a mi padre por la señora, me dijo que era clienta habitual en su negocio y remato diciendo: me recuerda a mi abuela.

P.D. El señor de la foto es mi bisabuelo, Ramón Rivera Álvarez, y la señora es mi bisabuela (la nieta de la hablante) Juana Montoya.

(1) Por comodidad usemos “indígena” y “mestizo”, palabras con significados de por sí polémicos.
(2) También menciona el uso común del adjetivo “indio” en Honduras: sinónimo de tonto y hasta de feo. ¿instrumento de dominación sociolingüística? Seguro…
(3) En Honduras, en la mayoría de los departamentos, es sumamente raro ver gente con vestimenta que se pueda considerar indígena.